El coleccionista y desarrollador Andrés Buhar, fundador del singular espacio ArtHaus en el Microcentro, viene de concretar adquisiciones que lo convierten en el mayor inversor en arte argentino de 2024 –quizá, de la década–. Se confirmó esta semana la compra de los 15 cuadros que integran “Argentina”, el ciclo de grandes paisajes ribereños del dúo Mondongo, integrado por los artistas Juliana Laffitte y Manuel Mendanha.
Doce de estas obras, realizadas en plastilina hace más de una década, inauguraron el museo de Malba Puertos hace dos meses y actualmente siguen expuestas allí. Pagó por las piezas U$ 1.270.000, lo que quiebra la barrera de cotización en el mercado argentino –¿su complejo de inferioridad?-, que tuvo su récord en 2019 con una obra de De la Vega.
Pero Buhar además ha comprado este año otras obras capitales de Mondongo. Primero, las Calaveras #2 y #8, exhibidas en ArtHaus y pertenecientes a una serie de 12 variaciones realizadas entre 2009 y 2011. Y el “Baptisterio de los colores”, una pieza arquitectónica que despliega el catálogo cromático de Mondongo en plastilina, instalado en la terraza.
Y lo más sorpresivo, adquirió y repatrió “El sueño de la razón”, el díptico en tamaño de mural, de 4,50 x 3 metros cada uno, solo expuesto en la Universidad de California. Buhar ya los tiene a buen resguardo, fraccionados en partes debido a su tamaño.
La galería Barro, que se encarga de Mondongo, ha seguido todas las tratativas y, si bien no revelaron oficialmente el precio por estas 5 piezas, todas ellas de gran escala, algunas cifras circularon entre allegados. Desatendiendo todos esos rumores, el cálculo más prudente –y a precio de amigo– agota los seis dígitos. Esto convierte al coleccionista en el mayor inversor que ha encontrado el arte argentino para obras de un solo artista y en un solo año. Se recordará que la obra “Sin título” (de Jorge de la Vega), de 7 metros de largo x 2 de alto, exhibida en arteBA 2019, fue vendida por la galería María Calcaterra, en U$1.200.000, a un comprador cuya identidad fue un secreto acallado.
Una apuesta por el arte público
El díptico “El sueño de la razón” alude al célebre grabado de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”, perteneciente a su serie satírica “Los caprichos”. El maestro español es considerado el iniciador del arte político tal como se lo concibe en la modernidad. Esta obra doble de Mondongo adelantó las denuncias sobre los femicidios en nuestro país; presenta a una mujer asesinada contra el fondo de la República de los Niños, de La Plata, en la habitual referencia ambigua de Mondongo, rodeando una imaginería sórdida con alusiones almibaradas a la niñez y los cuentos infantiles.

El circuito del díptico fue fascinante: las piezas fueron compradas por un coleccionista estadounidense. Poco después, su esposa las hizo devolver por no poder convivir a diario con su crudeza. Devueltas, permanecieron en un depósito de los artistas en los EE.UU., lo que representó sumas altísimas en gastos de guarda.
Detalles novelescos también pautaron la “repatriación” de las dos Calaveras. Una de ellas fue comprada a los herederos de un coleccionista estadounidense especializado en “vanitas”: a todos alcanza la Parca. Los herederos no compartían el gusto mórbido del padre. La otra Calavera fue vendida por un coleccionista belga.

El ciclo que compone “Argentina”, compuesto en Entre Ríos en alternancia con las Calaveras, ha tenido numerosas lecturas: fotografía por medios sólidos, paisaje barroco creado en una materia maleable, que llama al tacto. Quizá se las puede contemplar como una historieta natural en 15 cuadros, sobre un país encarnado en las secuencias de la ribera y su metamorfosis, que conduce a la podredumbre fértil de la selva.
“Me enloquece una de las piezas, la única habitada por una figura anónima –cuenta Buhar–. Me dicen Juliana y Manuel que se encontraron con un tipo solitario, con quien entraron en conversación. Solo les pedía cigarrillos”.

Faltan años para que veamos el panorama completo de esas orillas del Río Paraná pero nos quedan las doce piezas exhibidas en Escobar. Mientras tanto, en este año de apoteosis, los Mondongo se han ubicado en la Liga Mayor del arte argentino, junto a pintores como Guillermo Kuitca y Marcia Schvartz, pertenecientes a generaciones previas y consagrados hace décadas.
Es claro que estas compras en apenas 12 meses tienen un decidido efecto virtuoso en el arte argentino por una cantidad de motivos. Primero, el ciclo de paisajes –expuestos con anterioridad en el Moderno, en el MAR y en el museo Maxxi de Roma– se podrá ver íntegro y en su progresión original de manera permanente, cumpliendo así la voluntad de los artistas de no venderlos “a la pieza” a coleccionistas del exterior.
Segundo, reafirma la capacidad consagratoria del mercado local y adelanta la edad de los artistas para merecerlo. Y Buhar, por su parte, garantiza la permanencia en el país de esas obras, con una apuesta declarada al arte público y las colecciones abiertas, pese a no contar con un museo propio. ArtHaus es un centro cultural, sin patrimonio.

Según nos reveló el coleccionista, el díptico mural, junto a las Calaveras, podrá ser visitado en forma permanente en un piso del edificio de ArtHaus. El ciclo “Argentina”, en cambio, tendrá su pabellón propio en el nuevo desarrollo de la constructora de Buhar en Puerto Madero. A diferencia de lo que ocurre actualmente con la vecina Torre Macro, que tiene espacio expositivo en su vasto lobby, no se limitará al horario de oficina y estará abierta al público los fines de semana. “Si hago semejante compra es porque quiero que la vean todos”, subraya.
El gusto del coleccionista
Andrés Buhar ya pertenecía de lleno al club exquisito –e ilustrado– de jugadores fuertes en arte moderno argentino. Además de los mencionados Berni y Alonso, también tiene obra fundamental de Ernesto Deira. Quedará para otro capítulo una yapa, el “Homenaje a Vietnam”, una pintura de Deira de 1966, comprada la semana pasada a la galería Jacques Martínez, de San Isidro.–. Sin embargo, sus decisiones de 2024 lo ubican a la cabeza de la lista en obra de artistas contemporáneos.

En paralelo, pero también en contraste, Eduardo Costantini compró este año “La manifestación”, de Mondongo, mientras que sus frecuentes compras récord de arte latinoamericano le dan un perfil de coleccionista más global, orientado al patrimonio institucional. Cualquier parecido con un torneo entre los más grandes inversores en arte no debe ser mera coincidencia, pero resulta más edificante, creo, considerarlo como un espléndido relevo generacional, que trae grandes esperanzas en un año sombrío: la cultura argentina no está en vías de extinción. Y tampoco está en trance de ser privatizada.
Estas adquisiciones también son reveladoras del gusto de Buhar como coleccionista y de su confianza en el futuro. Alonso, Berni, Mondongo: se trata de obras con una impronta de arte político (si bien no se reducen a ello). También comparten cierto realismo sucio, por momentos hiperreal y que en ocasiones roza el grotesco, vibrando entre la alta cultura, la cultura popular y el pop. A ello Mondongo suma la audacia de emplear una materia tan prosaica e infantil como la plastilina a la manera de la tradición europea del óleo. No sobresaltarían a Berni, con sus cachos de neumático pegoteado…

¿Son los Mondongo los nuevos grandes “artistas nacionales”? Aunque el concepto esté perimido, la hipótesis es tentadora: al fin y al cabo, los Mondongo realizaron para el rey Juan Carlos de España un retrato mayestático con espejitos de colores. Solo el tiempo y la evolución del arte determinarán la respuesta.

Las noticias son también muy significativas para la galería Barro, dirigida por Nahuel Ortiz Vidal y que abrió tienda en Nueva York en 2023, dado que lo proyectan como un interlocutor preferencial del arte contemporáneo argentino. Ha sido el factor clave para que se queden en el país obras monumentales y costosas. Si la galería Benzacar ha provisto a cuatro artistas elegidos para el pabellón argentino en las Bienales de Venecia desde la recuperación del predio, lo que motivó resquemor, la galería del distrito de Barracas ha participado en adquisiciones privadas convertidas en íconos instantáneos de la ciudad y de las colecciones privadas.

En 2022 Barro le vendió a Eduardo Costantini las cinco piezas cerámicas de Gabriel Chaile, para las cuales fue levantada una sala permanente en Malba Puertos. Antes de eso, Buhar le había comprado La Luchona, que hoy da la bienvenida a ArtHaus. Impulsó con eficacia la carrera internacional de La Chola Poblete –un impactante retablo suyo fue adquirido también por Buhar al cabo de la Biennale 2024–.Como marchand del Mondongo, ha facilitado las mencionadas compras.