Su alejamiento institucional de “La Escuelita de Famaillá” no fue una elección, sino el resultado del desfinanciamiento de las políticas oficiales sobre derechos humanos que puso en marcha el Gobierno, que incluyó el recorte de personal. El lugar quedó con un cargo que depende de Nación, nada. Y solo funciona con el apoyo de la Provincia, desde la Secretaría de Derechos Humanos y del Ministerio de Educación, y del municipio local, que garantizan mantenimiento y la continuidad de actividades. “2024 fue un año duro para todos, sobre todo, para quienes tratamos de sostener políticas públicas de Memoria. Además, se desmanteló la Dirección Nacional de Memoria, desde donde deben implementarse las políticas de conservación de los sitios, por memoria histórica y porque también son pruebas judiciales en los juicios por la verdad”, sostiene. Hoy, desde afuera, acompaña todas las actividades del espacio que fue su lugar de trabajo en los últimos 10 años.
María Coronel, de 50 años, mamá de Simón, es hija de José Carlos Coronel y de María Cristina Bustos Ledesma, además de tener una hermana menor, Lucía. Las vidas de sus padres se cruzaron en los pasillos de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). En 1973 se casaron y se instalaron en Buenos Aires, en donde nació María y dos años más tarde, Lucía.
Su padre fue asesinado durante un operativo del Ejército, el 29 de septiembre de 1976, en el llamado “Combate de la calle Corro”, en donde se habían reunido cuatro militantes de la organización Montoneros, de altos cargos, entre ellos, María Victoria Walsh, hija del escritor, periodista y militante Rodolfo Walsh. Todos murieron, salvo la bebé de María Victoria, que fue escondida. José Carlos tenía 32 años. Sus restos fueron trasladados luego a Tucumán.
María Cristina fue secuestrada el 14 de marzo de 1977 y tenía 32 años al momento de su desaparición. Estaba con su hija Lucía, de 10 meses, y había logrado contactarse con Rodolfo Walsh para intentar exiliarse en Brasil. No pudo ser. La bebé estuvo con su madre en cautiverio en el centro de detención y tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) hasta que las separaron y llevaron a Lucía al Hospital Elizalde (ex Casa Cuna), en donde la encontró su abuela paterna, Francisca, tras una intensa búsqueda. Una vez que estuvieron juntas, fueron a vivir a Ledesma, Jujuy, a la casa de los abuelos paternos, para invisibilizarlas y escapar del horror de la dictadura. En 1984, María y Lucía regresan a Tucumán, a lo de sus abuelos maternos.
Desde siempre, desde que amanecieron a la conciencia política, las hermanas buscan a su madre. Hace unos días, María, que en diciembre cumplió 50 años, escribió en sus cuentas en redes sociales, durante un viaje a la Capital Federal. “Siempre que voy a Buenos Aires siento que voy a visitarla a mi vieja, que quedó ahí, en ese río donde la tiraron sus asesinos. Esta vez llevé su foto a La Boca y caminé muchas calles donde siento que anduvimos juntas. Porque mi mamá no es río. Es cerro, pasión y ganas de cambiar el mundo. Pero cada vez que me voy tomo una imagen de esa inmensidad marrón, para acordarme que ahí la quisieron borrar a ella, pero nos la hicieron memoria y acción para siempre”.
“Teníamos la necesidad de compartir nuestras historias”
En la charla con Ámbito, rememora que los primeros encuentros con otros hijos e hijas de desaparecidos arrancaron en 1993, dos años antes del nacimiento oficial de HIJOS, cuando en Tucumán ya estaba en vigente en el escenario de la política Antonio Domingo Bussi, exgobernador de facto durante la dictadura, y que por entonces había creado su partido Fuerza Republicana. “En esos primeros encuentros teníamos la necesidad de compartir nuestras historias y construir identidad; era un contexto hostil y de mucho silencio sobre lo que había sucedido entre 1976 y el regreso de la democracia, en 1983”.
Por entonces, la excusa de esos primeros encuentros era realizar un documental pero pronto esas reuniones se hicieron cada vez más grandes, se sumaron debates sobre la realidad y sobre de qué modo incidir en ese convulsionado Tucumán, cuyos partidos tradicionales no sabían qué hacer frente al ascenso de Bussi en la opinión pública. “Con muchas dudas empezamos a generar nuestro propio espacio y contábamos sólo con la experiencia que teníamos de acompañar las militancias de nuestras Abuelas y Madres de Plaza de Mayo”, recuerda.
En mayo de 1995, el país de las privatizaciones de las empresas estatales, del Plan de Convertibilidad del expresidente Carlos Menem, que en febrero de entonces generó que la inflación llegara a casi cero, y el de un dólar igual a un peso, el riojano era reelecto. Unos meses más tarde, en un Tucumán que atravesaba serios problemas económicos y sociales, el voto popular eligió a Bussi como gobernador, quien hizo campaña con el discurso de “la mano dura” y la imagen de una escoba “para limpiar la provincia de la vieja política”. El viejo y sanguinario general de la última dictadura militar, años más tarde condenado por crímenes de lesa humanidad, derrotó al Partido Justicialista y a la Unión Cívica Radical, convirtiéndose en el mandamás por vía de las urnas.
“Eso generó un gran impacto en nosotros que ya nos habíamos organizado bajo el nombre de Hijos de Afectados por la Represión Política”, recuerda María. Ese mismo año se conformó la red nacional de HIJOS y desde Tucumán, ese incipiente grupo se sumó de inmediato. “Nos convocaron a los primeros encuentros y nos metimos de cabeza. Éramos muy chicos, ahora que lo reflexiono, porque nuestras edades iban entre los 17 y 21 años”, dice. Para ese puñado de tucumanos, esa acción fue una bisagra en la visibilización de la causa por los derechos humanos.
Tres momentos
Con Bussi sentado en la Casa de Gobierno igual dieron los primeros pasos como HIJOS y de esos años, entre 1995 y 1999, recuerda María Coronel tres momentos que la marcaron, desde lo personal, pero también a todos los que integraron ese colectivo de jóvenes que mientras militaban, pedían justicia y reclamaban sobre el destino de sus padres y madres. “El primero fue la Expo Joven en lo que hoy es la Facultad de Educación Física de la UNT. Allí estuvimos y de manera espontánea se acercaron algunos empleados a contarnos que allí funcionó un centro de detención ilegal en la dictadura. Fueron testimonios muy fuertes, no sabíamos qué hacer ante tanta información, y ahí tomamos conciencia que nuestra tarea era importante”, señala. (NdR: en los juicios posteriores por la verdad en Tucumán, se determinó que el lugar se usó efectivamente como centro clandestino de detención y tortura, en base a numerosos testimonios, y la sede universitaria fue señalizada por las autoridades).
El segundo hecho fue la marcha del 24 marzo de 1996, al recordar los 20 años del golpe de Estado de 1976, a menos de un año de Bussi gobernador. “Fue nuestra primera aparición pública con una gran bandera que tenía fotos de nuestros familiares desaparecidos. No pusimos esas fotos tipo carnet que usaban nuestras abuelas, sino otras en las que se los veía en escenas familiares porque teníamos la necesidad de mostrar su humanidad”. Recuerda que al confluir la movilización frente a la Casa de Gobierno, lograron pararse en su explanada y eso generó una imagen muy fuerte en la memoria de quienes fueron testigos de ese momento. “Después de eso, muchos se acercaron a nosotros, fue casi fundacional”, dice.
El tercer hecho fue una acción de “escrache” al propio Bussi, en 1998, en un país en el que estaban vigentes las “leyes de impunidad”, conocidas como Punto Final y Obediencia Debida, que dejaron en libertad a numerosos militares responsables de graves violaciones a los derechos humanos. Frente a esa impunidad, desde HIJOS nació ese modo de visibilización de autores de delitos de lesa humanidad, que consistía en actos públicos con la participación de grupos de música, murgas, elencos de teatro que entonaban cantos en los que se mencionaba a exmilitares, lo que provocó que algunos pidieran custodia policial para escapar de los repudios. “Lo organizamos con apoyo de toda la red nacional pero la Policía impidió que lleguemos a la Plaza Independencia, en donde estaba previsto un acto oficial. No lo pudimos concretar pero el gran despliegue policial que se montó para evitar que nos acerquemos a Bussi se hizo público y tuvo una amplia repercusión. Así, él mismo nos terminó dando una visibilidad muy fuerte”, rememora y sonríe. Sí, porque pese a los dolores que la acompañan, María siempre sonríe con esperanzas.
“HIJOS fue el humor negro más crudo y sanador del Universo”
También aclara que desde 2010 ya no milita en HIJOS pero que sigue siendo un espacio de referencia política y social, sobre todo, para una generación joven que en los años 90 no encontraba futuro, ni representación política. “Respetábamos todo lo que había realizado el movimiento de Derechos Humanos hasta el momento, las Abuelas y las Madres, entre otros, pero necesitábamos algo nuevo, que sea nuestro”, reafimó.
“HIJOS no son sólo personas con las que compartí una organización, fueron y son el hogar que me cobijó en cualquier rincón del país, el sostén para criar a mi hijo, el porrón al hielo cuando más apretaba la tristeza, el humor negro más crudo y sanador del Universo, el abrazo que tuve cuando más lo necesité”, agregó. Y otra vez dibuja una sonrisa.
Cerró el encuentro con Ámbito con una reflexión: “En el contexto actual de desarticulación de las políticas de derechos humanos, me gustaría que los jóvenes recuperen esa rebeldía que tuvimos y por eso aliento, desde el lugar en que ahora estoy, a que las nuevas generaciones participen en política abriendo sus propios caminos”.